Amor de Parra
Y, cuando ni conciencia tenía
de que existía un destino,
me acogieron sus manos,
y en amorosa dulzura
me llenaron de abrazos.
Nunca hizo falta preguntar quién soy…
si para ellos era lo más lindo de la comarca,
su princesita de fuego,
la chiquita de sus ojos.
No hacía falta ser más grande
ni dominar la palabra o el raciocinio
para vivir el influjo de sus almas,
de esas almas necias,
recias,
que bien sabían amarme.
El amor más grande,
el más fiero y corajudo.
Pero también el que más pronto vi disiparse
fuera de este plano, de esta tierra,
más allá del mismo amor.
Quizá para así quedar perenne
entre las sombras y las luces
de mi laberinto interior,
sin los embates del olvido y
sin lo aciago del adiós.
Mis héroes sin capa,
mi maestro, mi galeno…
mi poeta, mi cantor…
mi tejedora de ternuras, mi luchadora de candor.
Fueron ustedes,
abuelos de mi vida,
los que nadie otra vez dibujó,
asilados en el capullo del hondo silencio
y en el luto eterno que lleva el corazón.
Sin siquiera saberlo o pretenderlo,
sus dolores no dichos fueron mi pendón.
Por amor a ustedes resguardé su sombra,
empuñé las rabias, abracé su ardor.
Me envolvió la noche
que anegara sus ojos,
con su soledad como cobijo,
y su nostalgia,
el verso de mi canción.
Con el vacío que dejó su ausencia
se dibujó el acertijo de mis días,
y mis existenciales noches se arrullaron
con el disidente eco de su voz.